No
se miraron. Cada uno escogió un extremo del vagón alejado del otro. El movía
los labios y cantaba en silencio las canciones que escuchaba desde los
auriculares, mientras que ella marcaba el ritmo con el pie de las que sonaban
en los suyos. Así pasaron dos estaciones, cada uno en su mundo y al mismo
ritmo.
De
repente se miraron. Ocurrió de la nada, al mismo tiempo, como si estuvieran sincronizados.
Se
sonrieron tímidamente. Ninguno se dio cuenta que se había pasado su estación.
Y que más daba, en la vida lo que más se
recuerda son los cambios de ruta, los cambios de sentido, los imprevistos y las
canciones.
A veces valen la pena los desvíos.